EL PREMIO RULFO A GARCÍA PONCE
Juan Pellicer

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Nada tan justo como otorgarle el Premio Juan Rulfo a Juan García Ponce. Puesta la mirada en el perfil del horizonte de las letras mexicanas del siglo XX, el ascenso de la obra de García Ponce a las mayores cumbres ha implicado la ordenada articulación, con la intervención siempre del otro, de un imponente conjunto de textos (drama, ensayo, cuento y novela) que culmina con la creación de una de las obras maestras de la novela hispánica: Crónica de la intervención (1982).

La obra narrativa de García Ponce se distingue por su unidad y por la poética que entraña. Unidad que, como quería Thomas Mann, le permitiera al lector percibir la imagen completa de la obra de un autor en cada uno de sus textos. Poética cuyo objeto es la trascendencia en el sentido que le atribuye Gerard Genette, quien ha definido al objeto de la poética como la ”transtextualidad o trascendencia textual del texto a la que ya había definido como ‘todo lo que pone al texto en relación evidente o secreta, con otros textos'”. O mejor dicho: ”Un sistema luminoso de señales”, según entendía la poética León Felipe. O bien, ”un hermético sistema de eslabones”, como diría José Gorostiza.

El origen de esa trascendencia está en la íntima relación de la lectura con la escritura. ”Uno comienza a escribir por imitación”, ha confesado García Ponce, pues en su infancia los libros de aventuras lo cautivaron tanto que llegó a transformar la ficción en realidad: con sus hermanos se repartía los distintos papeles y los representaban. Luego él se sentaba a escribir para continuar la historia a partir del texto que le servía de modelo, es decir, a partir del otro, dispuesto a continuar el mundo inventándolo de nuevo. Y así se siguió generando su escritura, como la ”generación del otro”, inventando siempre nuevas variaciones del triangular esquema original ”creador-modelo-texto”. Hoy son a veces sus propios textos los que reaparecen, desempeñando el papel del otro, como continuándose. Otras veces son los textos de otros (San Juan, Mann, Musil, Joyce, Klossowski, Bataille, entre muchos otros), los que aparecen injertados -siempre el otro- en cuentos y novelas. Con frecuencia lo que continúa son los cuadros que más le gustan: de Memlig, Cranach, Di Paolo, Velázquez, Tiziano o los de los hermanos Balthus y Klossowski. El otro desempeña una doble función en la narrativa de García Ponce: sirve como eje alrededor del cual se corresponden impecablemente historia y discurso y, por la otra, actúa mano a mano con la ironía como comunes denominadores y articuladores de la obra.

Desde su primera colección de cuentos (Imagen primera, 1963) hasta la última (Cinco mujeres, 1995), y en las novelas, se destaca la presencia del otro como intermediario que provoca desdoblamientos e intercambiabilidad continuos en la historia, los que corresponden, en el nivel del discurso, al trazo de una estructura triangular abierta; abierta porque brinda la oportunidad de que otro texto ayude a leer al que tenemos enfrente.

En el plano de la historia, es a partir de La cabaña (1969) que el otro encarna en la mirada del tercero que cifra la posibilidad del desdoblamiento, el punto de partida y el final del deseo.

Con el cuento “El gato” (1972) arranca la etapa más rica que culminaría una década después con Crónica de la intervención y también, en cierto sentido, con De ánima (1984). En “El gato”, el tercer vértice del deseo triangular va a estar señalado por una presencia simbólica.